Nerón quemando Roma, el Hinderburg calculando mal a la hora de aparcar, el vídeo Beta siendo desplazado por su hermano tonto, el Windows Vista (todo él)... en esta pequeña lista tienen cabida algunas de las catástrofes económicas (y la mayoría trágicas) de la historia de la humanidad. Todas, excepto el Vista -que no hay por donde cogerlo-, además comparten la característica de ser obras de arte en su ámbito. Nadie está aquí comparando el epítome de las ciudades modernas con un cacharro en el que se introducía una cinta magnetoscópica (y si lo hacemos pedimos perdón a cualesquiera sociedades históricas que se hayan sentido ofendidas). Como decíamos, fueron y son grandes dispendios económicos o serios fracasos, pero con un buen fondo. A esta entrañable lista, la humanidad debería incluir el disco que My Bloody Valentine tuvo a bien publicar en 1991.
La historia es la siguiente: Irlanda finales de los años 80, principios de los 90. En el país del trébol, dos mangarrianes como Colm O'Ciosoig y Kevin Shields forman un grupo, el tercero o cuarto desde que eran adolescentes, con el cantante Dave Conway y la novia de éste como teclista. Dan varias vueltas al tema del nombre y se deciden por My Bloody Valentine, extraído de una película de terror de serie z o inferior. Después dan el paso más lógico en sus carreras: se van de gira a los Países Bajos y a Berlín, vamos lo que todo hijo de vecino haría en esos momentos. En la capital alemana, Shields empezó a cogerle gustillo a la grabación en el estudio (en qué hora...) y, junto con el grupo, registraron su primer álbum de My Bloody Valentine: "This Is Your Bloody Valentine" con escaso éxito. Con la orejitas gachas, vuelven a Londres donde se quedan sin teclista, pero ganan una nueva bajista: Debbie Googe. El grupo sigue dando tumbos por discográficas y sufre más abandonos: Conway decide irse; había que buscar vocalista. Para encontrarlo, Shields puso un anuncio en la prensa (al lado del "se vende piso, razón aquí"), contrató a la Bilinda Butcher; con quien a partir de entonces compartiría micrófonos. Con ella, el estilo del grupo estaba ya maduro.
Por aquel entonces, ya eran conocidos por sus actuaciones en directo, principalmente por dejar en ‘shock’ a la audiencia permaneciendo quietos en el escenario con las cabezas mirando al suelo (el mismo efecto se consigue con la tertulia de Cine de Barrio). La prensa, tan dada a poner etiquetas, bautizó esa actitud como "shoegazing" (algo así como tocar mirándote las zapatillas). En esos momentos, eran el grupo que había que ver en directo, su sonido era la máxima influencia en las islas y tenían fama (sin ironía ninguna) de sacar sencillos y Ep's a con una frecuencia que ni la RENFE cuando viaja un ministro. Como si te tratara del timo de la estampita, Alan McGee picó y los contrató para el sello Creation, porque vio en ellos a los Hüsker Dü ingleses y parecían buenos chicos. Angelito mío…
Al principio, como casi en todas las cosas que tienden a salir mal, la cosa pintaba bastante bien: Kevin Shields le dijo a Creation que tendrían el disco grabado "en cosa de cinco días" (se dice que en casa McGee todavía tiene pesadillas con esa expresión como protagonista). Lo dicho, el segundo disco se fue complicando, hasta que los cinco días se convirtieron en dos años. Shields se ganó la fama de perfeccionista extremo: grabando pista tras pista de guitarra, midiendo con escuadra y cartabón la distancia del micrófono con respecto al amplificador o mandando a paseo a cada uno de los 14 ingenieros que trabajaban en la grabación porque le bajaban los volúmenes cuando iba al baño. Todo tomaba el marchamo de ser como la obra de El Escorial: cada semana, en las oficinas de Creation, recibían a líder del grupo que conseguía sacarle otro cheque a señor McGee prometiéndole el oro y el moro (la misma situación que cuando ibas a pedirle la paga a tu padre, sólo que las 10.000 libras que le entregaban a Shields dan para comprar muchos paquetes de chicle Boomer). La cifra que se suele apuntar como definitiva del costé de la grabación son 250.000 libras. Resumiendo, en 1991, la cosa estaba peliaguda: la prensa se dedicaba a hacer público el comportamiento de Kevin Shields (del que se dice llenó su casa de alambre de púas entre las habitaciones para que nadie tocara sus cosas), Creation estaba en bancarrota técnica y las relaciones del líder y alma mater del grupo con Alan McGee y el resto de la banda estaban en punto muerto. Y sin embargo, Lovelees (el fruto de tan arduo trabajo) sigue siendo un grandísimo álbum.
Hablar de las canciones de este disco por separado puede parecer poco menos que una herejía. Todo esta unido como si de un puzzle sideral se tratara. Si bien es verdad que, el disco, se percibe de muchas maneras en la primera escucha (y las siguientes): unos dicen que "ven" las canciones, otros "huelen" los interludios y, los menos, hasta las escuchan (como Homer con las tartas). Lo que sí que es verdad es que no deja indiferente a nadie (en Garajeland nunca renunciamos a utilizar un buen tópico): algunos lo rechazan con vehemencia, otros agachan la cabeza y abrazan el sonido noise y, los menos, se comunican con Carlos Jesús vía Fax, de todo hay en la viña del señor.
Kevin Shields: Conviene no darle de comer después de la medianoche ni dejarle solo en un estudio
Así todo, no es un disco que engañe. La primera canción: "Only Shallow" presenta perfectamente el sonido de la banda: toneladas de pistas de guitarra que rugen, creando una textura de mar crispado que sólo se rompe con la delicada voz de Bilinda Butcher. Samplers, efectos creados con el trémolo de las Fender Jaguar y Jazzmaster de Shields, una batería hipnótica... todo cuenta para crear esa particular atmósfera, que es -al mismo tiempo- impenetrable, adictiva y tan tatareable como tu canción pop favorita. Así hasta completar 10 temas que se mueven entre el pop de los 60 reconstruido a base de capas de guitarras distorsionadas de "When You Sleep" o la medida delicadeza de "Sometimes".
Puede que el disco tuviera un parto difícil, pero mereció la pena. Lo mismo pasa con Kevin Shields: el cual volvió a sacarle pasta a Island Records, la discográfica a la que McGee vendió los derechos del grupo, prometiendo una continuación mucho mejor del "Loveless" que nunca llegó (en Island todavía hay un señor que espera las cintas con fe inquebrantable). El resto del grupo también salió tocado de la experiencias con Shields, dos de ellos abandonaron la nave por puro agotamiento y Bilinda Butcher (que mantuvo una relación con Kevin, que debe ser fabuloso en una cena familiar) dejó la música para hacerse ama de casa. De Shields se han ido sabiendo cosas: colaboró con Sofia Coppola en dos de sus películas o que estuvo un tiempo con Primal Scream. En este mismo año, grupo completo actuará en el Festival Benicassim. Pero les debo una confesión: juraría haber visto a Shields como el encargado de alguna obra. Por lo que se ve, le pone mucho empeño, el problema es que pide adelantos todos los meses. Si ustedes están dispuestos a arriesgarse, posiblemente -tras la reforma- su casa aparezca en la revista Casa Diez, como una de las más influyentes de la historia, sólo tendrán que esperar unos añitos.
Vuestro amigo en el tiempo, Tomás Verleín
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