En este mundo incierto donde, a la mínima, nos dan la vuelta al mapa (como bien sabe
), resulta reconfortante comprobar que ciertas cosas que permanecen inmutables, así al hecho de que
no ha cambiado ni un ápice en 9 años (parece mentira que siga con aquello de "los mejores jugadores del mundo"), hay que añadir que los infantes en edad escolar siguen haciendo trabajos en grupo para la institución encargada de su educación (y no me refiero a la tele). Por si no han tenido la suerte de disfrutar de esta actividad, les pongo las tres posibles resoluciones ante el trabajo en comandita:
1) El trabajo se realiza codo con codo, todo el mundo aporta y tal acto de concordia provoca que el plomo se transforme en oro a instancia de parte (yo este caso no lo he vivido).
2) Que uno del grupo se encargue de hacer el trabajo, mientras el resto se da cuenta de que pueden escaquearse sin problemas dejando el marrón al primer lebrel aduciendo extrañísimas excusas (como visitas de inspectores del gas, luz y teléfono el mismo día).
3) Que haya dos mentes pensantes, cada una con una idea poderosa de cómo llevar a buen puerto el trabajo y que ninguna ceda ni un ápice, llegando a crear un ambiente de distensión que ni en los mejores momentos de la guerra fría. Lo más normal en ese caso es que cada uno presente su trabajo y ambos coexistan en el universo sin alterar el continuo espacio-tiempo. O quizás no ocurre así, pero a mí me viene de perlas para hacer la introducción del disco (apuesten por eso).
Y es que hablamos de
Raw Power, el disco cuya mezcla suscita tertulias en los foros de medio mundo. Por resumir, existen dos versiones de la mezcla: una más rasposa hecha por
James Newell Osterberg,
Jr. y, otra, algo más suave realizada por
David Robert Jones, conocidos por todos como
Iggy Pop y
David Bowie. Juntos y revueltos grabaron el que supuso último disco de los
Stooges hasta ese momento, grupo que podía volverte los párpados del revés mediante descargas adrenalíticas de rock puntiagudo, protopunk o como les guste llamarlo.
La carrera de
Iggy Pop and The Stooges no había sido un camino de rosas hasta ese momento: adelantados a su tiempo, tuvieron que esperar para ser realmente considerados como los padres del
punk, eso no les reportó beneficio alguno, pero tampoco es que a
Iggy le importara mucho, que ya llevaba unos añitos demostrando que sólo él y unos pocos elegidos (incluyan en esa lista a
José Luis Rodríguez -El Puma-) podían derrochar tal magma de fuerza en el escenario, dejando el 'darlo todo en el campo' de los futbolistas en una vacua promesa de portarse bien cuando tienes cuatro años. En esto, los fracasos comerciales de los dos anteriores discos habían condenado al grupo al ostracismo, si no llega ser por al agencia de managers que llevaba la carrera de
Bowie y que contrató a
Pop. Años antes de que estos dos compartieran gustos, aficiones y, hasta puede que edredón nórdico, el destino les unía.
Iggy no sabía en esos momentos que
David iba a estar al frente de la mesa de mezclas, pero por si acaso ya estaba acostumbrado a los productores raritos (el primer y homónimo disco de los
Stooges estuvo producido por
John Cale; ya saben el genio de la viola, los jerséis de cuello vuelto y la famosa actitud a la que da nombre).
Foto patrocinada por la federación española de quiroprácticosInstalados en
Londres y con los
Stooges reforzados con la guitarra de
James Williamson y la vuelta al bajo (antes fue guitarrista) del recientemente fallecido
Ron Asheton, el grupo comenzó a ensayar y grabar lo que
Iggy quería que fuera el disco más ruidoso de la historia, con guitarras como motosierras oxidadas y baterías que reflejasen la rabia acumulada. Lógicamente la cosa no podía llamarse de otra manera que
Raw Power (poder crudo).
Como ya sabemos, la masterización del álbum tuvo su miga. La agencia de
Pop puso el dinero para que
Iggy hiciera su disco, pero la primera mezcla del propio
Iggy (con los instrumentos en un canal aullando a todo trapo y en otro las voces) no convenció a los mandamases quienes confiaron en
Bowie. Éste, suavizó las cosas, dejando los niveles de ruido en algo más aceptable para el público. Lo que irritó sobremanera a la iguana, quien intentó por todos los medios que se conservara su mezcla y que no pudo desquitarse hasta que la
Columbia no le pidió que retomara su mezcla para la reedición del disco en
CD. Lo curioso del caso es que en 2006, la misma
Columbia, sacó una edición en vinilo de 180 gramos que sí conservaba la mezcla de
Bowie y que, por arte de birle y birloque, también coincidía en el mercado con una versión pirata de la mezcla de
Iggy (llamada
Rough Power), sacada a la luz por incondicionales de la iguana y en cuya contraportada existe un sello que explica que nos encontramos ante algo libre de las manos de
Bowie.
Después de este galimatías, podemos ir a lo importante: cómo suena. Decir que pocos discos comienzan de una manera tan apabullante como éste, con '
Search and Destroy', poderoso lamento de socorro que deja bien claro que el álbum no te llega, se abalanza sobre ti. No hay riff inicial, ninguna casilla de salida, sólo un ritmo trepidante que bien podría ser un símil de un rotor de helicóptero, fraseos de guitarra que funcionan como ametralladoras y la voz de
Iggy, ansioso y urgente narrador de una guerra en primera persona ( 'I'm a street walking cheetah With a heart full of napalm'). Por supuesto, no creo que haga falta comentar que nos referimos a la guerra de los
Rose. Es una canción tan tremenda que está permitido volverse un tarado y moverse hasta convertirse en el señor
Mcmazo, el del brazo donde la pierna y la pierna donde el brazo. Música del averno tocada por los cuatro jinetes del apocalipsis y, lo peor: nos encanta.
Contraportada del Rough Power, con el sello de la sagrada y mística sociedad de los no-Bowies.Todo parece relajarse un poco con
'Gimmie Danger'. Lo que empieza con un tono sombrío, parecido a unos
Doors más puestos en ácido que nunca, termina con un solo de
Williamson acompañado por la voz de
Iggy a modo de mantra. Es una pausa antes del desenfreno de salvajadas como
'Your Pretty Face is Going To Hell' y su bajo tocado a martillazos. En todas las canciones hay la sensación de que algo va a explotar, no se sabe si serás tú o lo que te rodea. Sensación que se repite en '
Penetration', gracias a su riff de guitarra, unas débiles notas de
Fender Rhodes (o un xilófono) y unos coros fantasmales como ornamento. Aquí,
Iggy alcanza cotas de depravación a las que sólo puedo acercarme yo con una tableta de chocolate negro en la soledad de mi casa. Hay de todo: jadeos, gorgoritos, suspiros, todo con la voz de lija del señor
Pop, que se convierte un maníaco sexual sin mencionar la palabra sexo ni una sola vez.
La siguiente carga de mortero es
'Raw power', o la visión del
rock de los 50 de
Iggy, una ráfaga de poder que suena estruendosa y que justifica una visita al otorrino: nunca utilizar trompetilla fue tan satisfactorio. Volvemos a bajar el volumen adrenalítico con la canción que podría servir de presentación a
Sick Boy;
'I need somebody'; elegante y sinuosa, es capaz de mostrar el crooner fibroso que
Iggy siempre fue. Si después de escuchar esto empiezas a establecer verdades absolutas sobre películas de
James Bond, no desesperen, es el efecto
Sick Boy.
El disco termina como empezó: tenso y visceral, un chute de zolopino a través de nuestras orejas llamado
'Shake appel': que entre alaridos de
Iggy y guitarras ensordecedoras nos da muestras de su calidad como letrista y sus superioridad casi inigualable como intérprete. Después sólo resta
'Death trip', que incide en todos los detalles antes mencionados, pecando quizás de algo repetitiva.
Esta bestia parda de 8 canciones obtuvo poco reconocimiento en 1973, lo que fue del todo injusto Si dijéramos tres características que tendría que tener un disco perfecto, Raw Power las cumpliría de sobra y añade otras más de propina. Mucho se ha hablado de la masterización (sobre cuál es la más fiel o adecuada). En
Garajeland creemos que cualquiera de las dos te va a hacer pasar un buen rato. La diferencia está en cómo prefieras tomarte el
Don solomillón: si con albóndigas de beber o sin ellas.
Vuestro amigo en el tiempo,
Tomás Verléin