
Lo primero que me vino a la cabeza es obvio: cómo se llega a ser el mejor soplador de vidrio del mundo. Ante la perspectiva de que contesten que soplando mucho nos quedaremos con la convención de que con una mezcla de trabajo y talento en el orden que más les guste aderezado con cebolla caramelizada, por supuesto. La segunda pregunta y la relevante aquí es (también pueden preguntarse si voy a llegar a algún lado y con razón): ¿Si son los mejores en algo podrían hacer otra cosa igual de bien? Es decir, podríamos poner a nuestros sopladores a hacer macramé y punto de cruz y que triunfaran de nuevo. No lo vean tan difícil, sólo habría que aplicar la misma fórmula de trabajo en altas dosis y confiar en que el talento nos siga. Algunos ya consiguieron esto, por ejemplo Michael Jordan, que pasó de ser considerado un atleta que destrozaba aros mediante mates a desarrollar una capacidad casi mística para ganar partidos tirando desde lejos. Salía en menos posters, pero en el camino ganó 6 títulos de la NBA. Otros, como servidora, nunca podrían convertirse en adalid de la puntualidad mientras siga dudando de la verdadera catadura moral de loa cinco minutos que me concedo a mí mismo bajo la premisa de "bah, me da tiempo". Nuestros protagonistas de hoy se parecen más a Jordan que a uno mismo (afortunadamente para ellos) y no porque sean negros y jueguen estupendamente al baloncesto, sino porque... ya se habrán dado cuenta de las comparaciones no son lo mío.
Por centrar la cuestión, hablo de los Black Keys, dúo sin par de Akron (Ohio) formado por Patrick Carney, un tipo desgarbado, con gafas y que aporrea la batería con sutil brutalidad y Dan Auerbach; el típico guitarrista de sobresaliente talento, barbudo, ceñudo y dotado de una voz que igual rezuma arena como parece el enlace perdido entre Otis Redding y Son House.
Por establecer una correcta analogía, the Black Keys serían al Blues lo que dar golpes con un pico es al refinamiento en cuanto a sistemas de excavación petrolífera. Hacen Blues, con una guitarra y una batería y sin ambages, si los White Stripes se nutren de la principal raíz de la música norteamericana (con permiso de Lurleen Lumpkin y el Country), los chicos de Akron lo alimentan tomando la esencia y reconvirtiéndola en una suerte de guitarras distorsionadas y baterías de la cantera de Pedro Picapiedra. Su carrera y sus discos son un ejemplo de coherencia, que han ido sufriendo un refinamiento que ha ido a la par de su crecimiento como músicos, pero contraviniendo la frase de Carlito en Atrapado por su Pasado, no han perdido fuerza, sino que la han reconvertido adecuadamente.
Brothers es una explosión de Soul, una inyección de estilo que solo te puede dar un traje con chaleco incorporado en una peli de Nolan. El problema surge cuando vuelves a mirar el nombre de la portada del disco y caes en la cuenta de que los responsables del Blues mas sucio y complejamente simple han perpetrado este gran disco que destila clase y funciona tanto como LP de Stax que como álbum de éxito actual. ¿Pero que les ha pasado a estos dos? Lo primero decir que Dan y Patrick ya apuntaban maneras desde su disco anterior en el que abrieron el abanico de instrumentos, hasta entonces en una amplia lista de dos: guitarra y batería, y contaron con un productor totalmente ajeno a su sonido: Danger Mouse. El resultado fue muy interesante y un estupendo preludio a Brothers, que es la mejor evolución de todo aquello. Recapitulando: hay guitarras distorsionadas, baterías propias de los monos de 2001 y voces desgarradas, pero también gusto por la melodía, órganos y teclados, lineas de bajo que bailan agarrados con el Funk y toneladas de un concepto difícil de explicar: este disco exhuma groove de manera palpable, como si las canciones fueran fruto de una elaborada puesta en escena, pensadas hasta la nausea, pero con un toque de improvisación y jugueteo. Algo así como un striptease bien hecho: sabes lo que va a ocurrir, pero es el modo de hacerlo y los pequeños detalles los que marcan la diferencia.

Patrick consultando las estadísticas de la ACB y comprobando que no fue buena idea prescindir de Brad Oleson para el Supermanager
Un poco de todo eso tiene todo el disco. Empezando por Everlasting Light, con un falsete que maneja la melodía y un base rítmica que pone en movimiento las falanges, las falanginas y las falangetas de tus pies. Antes hablábamos de base rítmica, aquí hay de todo. Un ritmo de granito, un toque allí y allá de pandereta y los consabidos coros que ejercen de caja de ritmos improvisada. La muestra de que tenemos algo importante entre manos surge con Next Girl, amenazante combinación de carisma vocal e intrincada melodía que lleva a niveles espeluznantes en el estribillo.
Si hablamos antes de puesta en escena, nada mejor que fijarse en Tighten Up, ejemplo de planificación para crear un single de éxito: una linea de bajo, un silbido al uso, una respiración antes de cantar y los mejores 3:21 minutos que has escuchado últimamente. Puro Soul, pero tamizado como tema Pop y con guitarras que juraría que tienen vida propia. Algo que también le ocurre a Howlin for You, banda sonora improvisada de una peli de vampiros de la Hammer; es decir, una autentica película de vampiros, con Peter Cushing como Van Helsing, chicas con vestidos vaporosos que se caen a la mínima y mordiscos, si, porque los vampiros muerden, aunque la saga Crepúsculo los haya dejado con imagen de gusiluces apocados y con pinta de Pep Guardiola. Pero sigamos a lo nuestro: ahora suena She's Long Gone, lamento blues interpretado a la manera de los Black Keys: con una guitarra al borde del colapso entre efectos de teclados y una voz que presagia tormenta. La pausa instrumental la pone Black Mud, que podría pasar perfectamente como música de una película de Tarantino sobre el Black Explotation, aunque casi todas las de este hombre al final van de esto.
Llevamos menos de la mitad del álbum y lo mejor aún nos espera. The Only One es la piedra filosofal del nuevo/viejo sonido de esta banda: los teclados, la guitarra acompañándolos, el bajo dando un tono sombrío y el falsete de Dan. El conjunto funciona tanto como música de carretera como pieza bailable. Atentos al estribillo: nunca había hecho "air pandereta" hasta ahora. Patrick a la batería tiene su cota de protagonismo en Ten Cent Pistol, un ritmo que sostiene a la voz de Dan a la manera que Mick Fleetwood hacía caminar a Fleetwood Mac en los tiempos en los que Blues era su pauta a seguir. La razón de la frase de "menos es más" es alargada en esta canción y en varios alegatos en defensa del tamaño de las cosas en el mundo masculino. Justo después de varios acordes de guitarra que deja la canción en suspense, irrumpe Dan con una interjección propia de cómic y una descarga de adrenalina controlada. Un chute de buena música en toda regla. Es Sinister Kid y cada vez que la oigo alimenta más mis ganas de ver a este grupo en directo. Si no existiera este estribillo (construido con la voz de la cantante de Hip Hop, Nicole Wray) habría que inventarlo y asegurarse de que todo el mundo lo conozca. The Go Getter y I'm Not The One ofrecen dos facetas de la voz de Dan, pero en ambas es capaz de mostrar la capacidad expresiva de un señor que canta con barba. Claro que no es lo mismo que lo haga Rubalcaba (por poner) que el bueno de Dan. En ambas canciones y sin haber oído la versión de Don Alfredo preferimos la interpretación de Dan; sectarios que somos.

Y eso es todo. El que suscribe estas líneas todavía no se han encontrado en este año con un disco mejor, que además me ha supuesto una sorpresa: uno tiene sus invariables y entre ellas estaban que los Black Keys hacían Blues garajero y sucio. Pero los buenos discos provocan milagros, como que yo cambie de opinión o que alguien sea capaz de encontrar un nexo entre una noticia en Antena 3 y este disco. Los Black Keys han conseguido hacer dos cosas realmente bien y eso significa que merecen ser conservados en formol, junto con Aaron Sorkin, la palabra austrohúngaro y los sopladores de vidrio españoles.