
En determinadas ocasiones, normalmente tan determinadas que suele ser "una y no más Santo Tomás" se produce una confluencia de factores que hacen florecer facetas inéditas de uno revelando indefectiblemente algo que nadie podía prever. Me refiero a esos momentos donde nadie da un duro por nosotros, pero al final conseguimos llevarnos brillantemente el gato al agua ante la incredulidad del respetable (normalmente estos momentos pasan a cámara lenta y con música épica, pero sólo si se está en una peli de Michael Bay). Decir, además, que esos instantes de satisfacción personal saben siempre mejor si se vive a la sombra de un líder que lo sabe todo y que es capaz de las genialidades más absolutas con tan solo arquear una ceja.
Algunos ejemplos de lo que les comento: la conversión de los Breavers de 'Teen Wolf' en los Bulls de Jordan cuando todos en el equipo se dan cuenta de que no necesitan los poderes lobunos de Michael J. Fox. Otro, el partido que gana el Niupi con un gol con la cara de Bruce Arper mientras Olivier se resentía de su enésima lesión en el hombro o, mi favorito: las series secuela de los Simpson, con la irresistible historia del Jefe Wiggum como investigador privado en Nueva Orleans.

Aunque si hay que destacar un momento, en términos estrictamente musicales, que refleje de manera directa lo que queremos decir (y que no sea una historia de ficción) nos quedamos con Crazy Horse, el disco homónimo que sacó Crazy Horse al mercado poco después de unir su nombre al de Neil Young para los anales de historia, convirtiendo a Neil Young & Crazy Horse en una marca de fábrica que dura hasta nuestros días (si después de esta sopa de letras nominativa no les duele la cabeza lo más mínimo, les recomiendo que vayan a Cifras y Letras, que se llevan el premio gordo.
Crazy Horse, el grupo, nació en la soleada california, formado por el talentoso guitarrista y compositor Danny Whitten, el bajista Billy Talbot y el baterista Ralph Molina como núcleo del grupo. Su primera formación, que data de 1962, se mantuvo con el nombre de Danny & The Memories el suficientemente tiempo para darse cuenta de que el nombre no funcionaba y cambiarlo por The Rockerts (aunque no fue sólo su identidad la que cambiaron, ya que consideraron que los grupos vocales no vivirían su apogeo hasta los 80, con los Solfamidas, de modo que se pasan al Rock&Roll) El grupo, que en esos momentos cuenta con cinco miembros estables y un violinista para escenas peligrosa, debutan con un álbum homónimo (muy estimable) que puede encontrarse buceando por blogs ajenos.

The Rockets fueron hijos de su década, adoptando el pop psicodélico tan de moda entonces y estableciendo su campo de operaciones en San Francisco, cuna de todas las cosas que molaban, excepto de la bomba que bota, patrimonio y orgullo de Manchester. En su sonido, ya destacaba el muro rítmico de Talbot y Molina, así como el talento de Whitten escribiendo canciones. características que no pasaron desapercibidas para Neil Young quien, en 1968, y tras un par de actuaciones e improvisaciones de prueba les propuso convertir al trío en su banda de acompañamiento, de la misma manera que caían las broncas en casa cuando eras el pequeño de una larga saga familiar (en orden descendente en edad y ascendente en la fuerza de la colleja que te tocaba).
Young contó con el grupo para su siguiente disco, el gran Everybody Knows This Is Nowhere, con unas profundas y marcadas señas de identidad: melodías infalibles, largos trabajos de guitarra que perdurarían en el sonido de Young y que producen una digestión lenta en el oyente, casi tanto como una comida con pacharán de postre,. Con este disco se iniciaba una de las más longevas y discontinuas asociaciones de la historia de la música.
Como decimos, Neil comenzó a jugar al sile/nole con los Crazy Horse. Contó con ellos en Everybody, luego cambió de aires uniéndose a Crosby, Stills y Nash en el legendario Déjà vu, contando con el grupo de nuevo en su siguiente disco en solitario: After the Gold Rush, pero sólo en tres canciones. El grupo, por su parte, no pierde el tiempo y mientras Neil saltaba de flor en flor, ellos reclutaban a dos secundarios de lujo del mundo musical: Jack Nitszche (mano derecha durante muchos años de Phil Spector, tanto que hasta se me parecen físicamente), fino productor y arreglista de algunos de los temas más grandes de la música y al guitarrista Nils Lofgren, al que Bruce Springsteen debe parte de su sonido con su banda. Con el apoyo de Young en algunas composiciones y la producción de Bruce Botnick (Love, The Doors) configuran un debut que nada tiene que envidiar al trabajo de Young de esos años.
El disco es una colección de temas que beben de varios estilos y que cuentan con al menos tres voces principales. Una fórmula arriesgada, pero que aquí funciona de manera muy cohesionada, tan difícil de conseguir como una bechamel sin grumos (se agradecen comentarios respecto a esto, razón: cocinero inexperto, pero con voluntad). Así, Crazy Horse sorprende con el pop danzarín de 'Gone Dead train', con su estupendo trabajo de bajo y un estribillo a tres voces realmente irresistible. 'Dance, Dance, Dance', es una de la canciones que Young cedió al grupo, festiva y con con fiddle autóctono, nos muestra otra faceta más del grupo. El pop de gran armonía vocal es rescatado en 'Look at all the Things' de Whitten, que da paso a 'Beggars Day', que firma Nils Logfren y que cambia el tercio, ofreciendo un sonido ampuloso. Por no romper la tónica de encontrarnos con grandes temas en diversos estilos, Whitten escribe y canta 'I Don't Want to talk About It', balada de las que dejan poso y que no necesita de mecheros encendidos para tocar la fibra sensible (con el slide de Ry Cooder es suficiente). Más famosa por la versión que hizo Rod Stewart, pasará a la historia (o no) por ser una de las canciones favoritas de Rob Fleming, el prota de Alta Fidelidad (versión libro). El pulso del caballo desbocado se recupera con 'Dowtonwn' que cuenta con un gran trabajo de los dos guitarristas del grupo, lo que se repite en 'Dirty Dirty' o 'I'll Get By'. Jack Nitzsche es el último en sumarse a la fiesta, pero entrega dos grandes gemas pop: "Carolay" y "Crow Jane Lady", preciosistas y de estructura sorprendente, funcionan como canción pegadiza y como dato para saber cuándo un grupo puede ofrecerte más de lo que esperabas.
El disco termina dejando una sensación de hacia dónde podría haberse desarrollado la música de Crazy Horse que lamentablemente nunca pudo llevarse a cabo (Whitten perdió sus mejores años en la heroína y murió poco tiempo después), aunque Molina y Talbot lo volvieron a intentar una año más tarde con Loose (del que hay variopintas opiniones según el crítico influyente al que sigas) y posteriormente con At Crooked Lake.
Fue una lástima que este grupo (formado por secundarios en esto de la música) no pudiera repetir esta fórmula y haber seguido entregando buenas canciones, pero no creo que ninguno de los participantes (que han tenido sus momentos de estrellato y gloria pero siempre de manera muy moderada) cambiara la creación de momento tan glorioso como este disco por cualquier otra cosa (a menos que se ofreciera un aparato para tener razón siempre, por el cual vendería mi alma, dos veces). De hecho, si lo pensamos fríamente, no sé si yo mismo cambiaría un momento de gloria por un montón de momentos medianos, más aún si tenemos en cuenta lo que significa mediano para según qué personas, pero ejemplo, para Zara significa que careces de hombros, tienes cintura de avispa y pecho palomo. Si eso es mediano, perdónenme, pero me quedo con este disco y con mi perfil Bertín Osborne.
Vuestro amigo en el tiempo, Tomás Verlein