Cuando hace unos meses realizamos ese especial sobre los sonidos de la Americana y que nosotros en nuestro afán de cambiar el nombre a esa etiqueta llamamos Country Indie Modernillo estuvimos citando las influencia de todos aquellos grupos en los muy obvios Byrds, Gram Parsons y derivados, o en Hank Williams yendo un poco más lejos, sin ni siquiera encontrar un punto de enlace entre los inicios de mezclar las churras con merinas (perdón, quise decir el Country con el Pop) de finales de los sesenta y el auge de estas tonadas que inició el No Depression de los Uncle Tupelo. Sí, nuestra vista es obtusa en ese sentido, ¿Qué quieren, si llevamos siempre puestas las gafas para borrachos que compramos en los jardines Duff? Este eslabón perdido, y no me entiendan mal, nada tiene que ver con el caminar erguido, lo teníamos delante de nuestros propios ojos y no tuvimos la decencia de citarlos: eran los Long Ryders. Fantástica banda Californiana de la que desgranaremos incorrectamente sus maternas canciones de debut.
Los Long Ryders con la clásica (a la par que elegante) decoración de neumáticos antes de que se pusiera de moda Quién Vive Ahí
Principalmente y particularmente, para contar la historia de los Long Ryders hay que hablar de Sid Griffin, procedente de una ciudad en medio de la nada como Louisville en Kentucky, su primer disco es un regalo familiar: el Sweetheart Of The Rodeo de los Byrds, por el mero hecho de que en la portada no aparece ningún melenudo (menos mal que no vieron las gafas de Roger McGuinn o nos hubiéramos quedado sin Long Ryders a este punto de la historia y yo hubiera tenido que publicar mis fotos de la comunión para despistar). Afortunadamente, de personalidad inconformista y aun un ternerón, el bueno de Griffin ya domina clásicos instrumentos como la mandolina y el steel guitar y decide en el ocaso de los setenta dejar a un lado la rutina de Louisville para emprender un largo viaje hacia Los Angeles (hay quien no descarta que incluso paró por La Roda a comprar Miguelitos) en busca de un nuevo sonido del que ha leído sus propiedades pero del que aun no ha conseguido llevar nada a sus oídos: el Punk.
No me digan que Sid Griffin con esa cara y la pose de "como quien no quiere la cosa venimos del huerto" no tiene pinta de achuchable
Durante este periodo se forja en el ambiente de nuevas bandas que pueblan la ciudad hasta que se harta de tocar versiones y decide montar un nuevo grupo. Es ahí cuando entra en escena el otro capo de la formación: el gran Stephen McCarthy, un pájaro muy singular que en pleno auge punk vino a decir a sus compañeros lo de “sí, sí, lo del punk y todos esos guitarristas están muy bien, pero a mí lo que me gusta es el Country y las películas del Oeste que emiten en la sobremesa”. Obviamente fue contratado al instante, y acertaron. Tras unas cuantas salidas y entradas completan la formación del grupo junto a Greg Sowders a las baquetas y Tom Stevens al bajo. Cuatro músicos que se desenvuelven de rechupete con cualquier instrumento que les eches al hombro (siempre maldigo a este tipo de gente por pura envidia de la que no es sana).
Tras un EP de debut llegan a la grabación de este Native Songs con la clarísima intención de dar rienda suelta a todas las obsesiones musicales que les han conquistado desde pequeños. Para empezar, la producción corre a cargo de Henry Lewy, en otros tiempos productor de los primeros álbumes de Flying Burrito Brothers. La segunda de ellas la cumplen sobradamente con la participación de Gene Clark añadiendo voces en “Ivory Tower”. La tercera la encontramos en el sonido de todas sus canciones, con homenajes perpetuos a los ya citados Burrito Brothers, a los Byrds, al cancionero pop inglés de los cuatro de Liverpool (y espero que no haya un equipo de Curling por allí que se llamen así o me verán chillar de forma lamentable), al Rock And Roll del de toda la vida, y sin ningún género de duda (porque ellos lo dicen) al genial músico y empinador de botella Gram Parsons.
Long Ryders junto a Gene Clark y los visillos con faldones. Yo al menos nunca vi una foto donde se repitan esos mismos elementos
Es muy posible que en este punto de la situación, todos estéis aburridos de los mismos nombres de siempre… ¡pues escuchen las canciones de este disco! Porque mientras algunos nos planteamos si la telilla de la sopa de tomate hay que comérsela, el tándem Griffin-McCarthy realizan unas canciones como “Still Get By”, “Too Close To The Light”, “Ivory Tower” o clásico sonido yanqui de “Never Got To Meet The Mom” que saciarán de sobra a los que se quedaron con apetito tras escuchar a los nuevos camperos modernillos o a los que quieran recuperar viejos sonidos con Rickenbacker, steel guitar y zarzaparrilla de la buena de por medio.
Que el final del grupo fuera tras cuatro estupendos discos y cayendo en el olvido de la ignorancia que actualmente se intenta que nos invada tampoco es una novedad. Una pena que gente tan interesante como Sid Griffin (un tipejo tan fascinante que ya has escrito varias biografías entre las que se encuentra la de ¿Quién si no? Gram Parsons) o S. McCarthy (que incluso tocó una época con los Jayhawks) no se les tenga en el mínimo reconocimiento que deberían tener. Ahora que Jeff Tweedy parece que ha terminado de acuchillar el parqué de su casa y puede ahorrar algunos dólares debería pensar en pagar algún pequeño tributo a estos tipos. Pero claro, para eso igual hace falta una gala presentada por Norma Duval.
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